domingo, 17 de abril de 2016

Y las luces se apagaron del todo.

Nos vendieron el Sol, nos regalaron la Luna y nos convencieron de que sería suficiente con ser solamente dos.
Nos convencimos de que sería suficiente con tenernos y la vida nos retó.
Se quemó el fuego y se llevó el viento frío las cenizas, hasta que desapareció el pasado, se nubló el presente y la luz perdió su velocidad.
Y llegó la nieve, el frío en pleno agosto, las batallas a quemarropa y la soledad durmiendo en la misma cama.
Llegó el silencio y se acomodó en el hueco que íbamos dejando, entre tú y yo.
Nos rompió las ventanas y los cristales se colaron en los huecos que había entre los dos, de manera que, al intentar acercarnos nos hacíamos cada vez más daño.
O al menos a mí sí me dolía.

Y las miradas se vaciaron mientras los ojos miraban hacia abajo.

Nos perdimos de tanto buscarnos. Viajé demasiado como para encontrarnos en el mismo sitio y en el mismo lugar. Me hice de llanto para deshacer después las camas que rompimos con tanto deseo. Nos deshicimos en recuerdos y se te olvidó preocuparte del futuro, de lo que sería después.

Y las luces se apagaron del todo, como cuando cierras los ojos en una habitación sin ventanas.

No pudimos ver ni el brillo de nuestras propias almas.


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Escribo todo lo que hay aquí cuando la niebla se apodera de mi mente y se desata la poca cordura que me queda. Cuando me grita el silencio, rompiéndome los tímpanos, que murió el viento en algún lejano acantilado preso del dolor de la lluvia en sus párpados.

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