jueves, 7 de abril de 2011

Invítale a despeinarse...

Invítame a un paseo con los pies descalzos y aceptaré encantada, caminaremos hasta que las las piedras del camino nos laceren los pies y vayamos dejando tras de nosotros huellas de sangre por las que saber volver. Cuando dejemos de sentir el dolor punzante que antes nos palpitaba hasta en las sienes, entonces párate e invítame a dormir en la carretera más desierta mirando las estrellas y pensando en besarme (y yo en besarte) siempre con el temor intermitente de que unos faros confundidos nos deslumbren en nuestro camino a la muerte.
Y cuando despertemos, con la luz del ocaso del color de una naranja en verano amenazando nuestros corazones con más aire que sangre que bombear, invítame a desnudarme, yo te lo pediré despacio después cuando no tengamos lugar al que volver...

martes, 5 de abril de 2011

No tengo visión de Luna.

En silencio llueve lejos.
El altar en el que aprendimos a llorar queda ya tan atrás en el tiempo, que los grillos de las noches de verano han olvidado el color de mis alas, y no saben, ni sabrán, que no pueden volar tan remendadas, que no pueden con mi cuerpo, que se desgarran con la luz del Sol.
No lo sabrán jamás.
Después del ocaso, la Luz de la Luna va robando el color de las cosas que ilumina, dejando un paisaje en tonos grises, para que no sea yo la única que lo vea así...
Ardo y me consumo, dejando una nube de cenizas que tiñen de azul la Luna, siendo el único color en mi mirar...
Ven conmigo, acompáñame, haz de mi un ave fénix, y déjame que vuelva a renacer...
Cuando mi cuerpo empiece de nuevo a emerger cósele unas alas y que no se rompan con los amaneceres, que me hagan volar al ocaso...

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Escribo todo lo que hay aquí cuando la niebla se apodera de mi mente y se desata la poca cordura que me queda. Cuando me grita el silencio, rompiéndome los tímpanos, que murió el viento en algún lejano acantilado preso del dolor de la lluvia en sus párpados.

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