El altar en el que aprendimos a llorar queda ya tan atrás en el tiempo, que los grillos de las noches de verano han olvidado el color de mis alas, y no saben, ni sabrán, que no pueden volar tan remendadas, que no pueden con mi cuerpo, que se desgarran con la luz del Sol.
No lo sabrán jamás.
Después del ocaso, la Luz de la Luna va robando el color de las cosas que ilumina, dejando un paisaje en tonos grises, para que no sea yo la única que lo vea así...
Ardo y me consumo, dejando una nube de cenizas que tiñen de azul la Luna, siendo el único color en mi mirar...
Ven conmigo, acompáñame, haz de mi un ave fénix, y déjame que vuelva a renacer...
Cuando mi cuerpo empiece de nuevo a emerger cósele unas alas y que no se rompan con los amaneceres, que me hagan volar al ocaso...
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