jueves, 7 de abril de 2011

Invítale a despeinarse...

Invítame a un paseo con los pies descalzos y aceptaré encantada, caminaremos hasta que las las piedras del camino nos laceren los pies y vayamos dejando tras de nosotros huellas de sangre por las que saber volver. Cuando dejemos de sentir el dolor punzante que antes nos palpitaba hasta en las sienes, entonces párate e invítame a dormir en la carretera más desierta mirando las estrellas y pensando en besarme (y yo en besarte) siempre con el temor intermitente de que unos faros confundidos nos deslumbren en nuestro camino a la muerte.
Y cuando despertemos, con la luz del ocaso del color de una naranja en verano amenazando nuestros corazones con más aire que sangre que bombear, invítame a desnudarme, yo te lo pediré despacio después cuando no tengamos lugar al que volver...

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Escribo todo lo que hay aquí cuando la niebla se apodera de mi mente y se desata la poca cordura que me queda. Cuando me grita el silencio, rompiéndome los tímpanos, que murió el viento en algún lejano acantilado preso del dolor de la lluvia en sus párpados.

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