Fue así desde la primera mirada que cruzaron, se enamoró de su risa, de su forma de bailar, de la brisa que levantaba al dejarse llevar.
Se enamoró de su sonrisa una y un millón de veces más.
Se enamoró de ella, al fin y al cabo, de su felicidad.
Quedó enganchado a sus cabellos que desprendían olor a noches de verano a atardeceres a medio fuego, a noches que no querían terminar.
Nada más verla, corrió pisando sus huellas.
Se enamoró de ella en las noches de calor, en los días de sol, en los tiempos fáciles, en los cielos estrellados, entre las sábanas de pasión.
Se enamoró de toda ella, de toda su ella fácil.
Y se vendió a ella sin pensar, sin teorizar en futuro, sin ahondar en sus tristezas, sin saber muy bien lo que vendría después. Sin quererlo saber.