martes, 21 de julio de 2015

Si fuéramos invencibles.

Si fuéramos invencibles sería más fácil saltar,
al vacío o simplemente saltar.
Si fuéramos invencibles, dejaríamos el miedo de lado
y hasta luego a la oscuridad.
Nos olvidaríamos de las noches vacías.
Nos olvidaríamos hasta de pensar.
Nos temerían los monstruos,
las hechiceras
de noches en vela
y los ladrones de identidad.
Si fuéramos invencibles,
nos temerían los osos salvajes
y las lechuzas que gobiernan las noches.
Si fuéramos invencibles yo no tendría miedo a volar
ni tú a las serpientes.
Si fuéramos invencibles seríamos más fuertes,
no temeríamos a la debilidad.
Si fuéramos invencibles, ni el miedo al propio miedo
nos haría temblar.
Si fuéramos invencibles nos amaríamos sin dolor,
sin pasión.
Si fuéramos invencibles quizás ni nos amaríamos.
Los besos perderían su valor
y los abrazos su calor.
Si tú fueras invencible
y yo no.
O si yo fuera invencible
sin ti.
Si fuéramos invencibles no necesitaríamos a nadie más.


Menos mal que los dos,

y yo
somos vencibles,
y ya hemos sido vencidos.

Hemos sido vencidos por el miedo y la oscuridad, por las guerras y hasta por la paz, nos venció el amor y el desamor, nos vencimos el uno a la otra y al revés. Hemos sido vencidos tantas veces que hemos perdido el deseo de ser invencibles.

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Escribo todo lo que hay aquí cuando la niebla se apodera de mi mente y se desata la poca cordura que me queda. Cuando me grita el silencio, rompiéndome los tímpanos, que murió el viento en algún lejano acantilado preso del dolor de la lluvia en sus párpados.

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