lunes, 3 de febrero de 2014

De flores y amor, de árboles y desamor.

Murieron flores de cerezo...
Vieron desaparecer la tierra entre los dedos de sus pies, se dejaron llevar por las olas.
Pero crecen otras más fuertes...
Se deshicieron del color de la primavera, del olor de la primera.
Y las flores de cerezo volvieron a nacer...
Ellos, piel con piel, se derretían cada amanecer, cada anochecer de luna llena. Nunca tenían muy claro a dónde ir.
Pero sí con quién.
Sin embargo, llegó el invierno y la nieve. El frío les llenó el cuerpo de miedo y sal, con sus olas de hielo y los espacios en blanco.
Y no había flores de cerezo...
Uno acababa dormido en el salón y el otro se estremecía entre pesadillas y sábanas vacías. Y al amanecer no sabían encontrar el camino de vuelta al otro.
Y el cerezo se empezaba a marchitar.
Se separaron por dentro y por fuera, se estremecieron lejos uno del otro, se estremecieron lejos y sin pensar el uno en el otro. Sin quererlo.
El cerezo murió.
Y ellos murieron también.

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Escribo todo lo que hay aquí cuando la niebla se apodera de mi mente y se desata la poca cordura que me queda. Cuando me grita el silencio, rompiéndome los tímpanos, que murió el viento en algún lejano acantilado preso del dolor de la lluvia en sus párpados.

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