lunes, 23 de febrero de 2015

Historia de la historia de lo que fueron por no llegar a serlo.

Esta es la historia de Él y Ella, dos personas perdidas en el mundo que se encontraron una noche a la que no le quedaban fuerzas ni estrellas, y se enamoraron sin que nada se interpusiera.
Eran dos.
Eran tan distintos que a veces les costaba encontrarse.

Él era como la luz del Sol, iluminaba cada lugar al que llegaba sólo con aparecer con su sonrisa fosforescente al estilo Cheshire.
Ella era su sombra.
Él era la alegría pura de las mañanas de Navidad,  el primer te quiero de una pareja, él era saltar en los charcos.
Ella era su sombra y veía únicamente las sombras del lugar que él iluminaba.
Él era la sonrisa de un niño, la canela, el primer mordisco de la fruta en verano.
Ella era la melancolía del alcohol y el silencio de los cementerios.

Él era la vida y ella era la sombra de la vida.
Y, sin embargo se querían.

Él la quería con ternura 
y con pasión, 
como un beso entre las piernas.
Ella le quería como un sueño lejano, 
como el último beso, 
y a veces 
le quería en blanco y negro.

Cuando estaban juntos ella se sentía segura y se veía brillante bajo la luz de la sonrisa de él. Y él brillaba más que nunca, incluso desprendía calor. Eran como un Sol de verano a las tres de la tarde junto a un cuerpo blanquecino que a veces dejaba de temblar. Ella le necesitaba siempre, porque cuando él no estaba, lloraba con cada telediario, se le agrietaba la piel y su pelo perdía el color.

Cada día que pasaba, ella le pedía más calor, más presencia, más de su sonrisa fosforescente. Y él, al igual que la golondrina con el príncipe, acabó exhausto. De tanto dar calor, un día amaneció helado y su sonrisa fosforescente ya no estaba. Había gastado sus últimos estertores en escribir su historia, la de los dos, con besos y caricias sobre el lienzo suave de la piel de ella. Él había dado su calor por ella, le había dado su fuerza, su fosforescencia.

Esa mañana ella 
se sintió, 
de pronto, 
tan llena de vida, 
de calor, 
tan fosforescente, 
que el miedo la paralizó.


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Escribo todo lo que hay aquí cuando la niebla se apodera de mi mente y se desata la poca cordura que me queda. Cuando me grita el silencio, rompiéndome los tímpanos, que murió el viento en algún lejano acantilado preso del dolor de la lluvia en sus párpados.

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