El cursor parpadeando en la hoja en blanco se despista con mis ganas de escribirte, por no poder hablarte y que me hables. Las palabras se atraviesan en mi garganta y me queman en los labios al salir mientras dudo entre salir corriendo de esta habitación o quedarme escribiéndote esta carta de adiós. Los días fueron duros sin ti, las noches a tu lado como hielos en el océano, parecieron no existir, se desvanecieron, se esfumaron en la inmensidad de nuestros terrores nocturnos.
Cuanto más te quería más deseaba odiarte para no sentir ese temblor que antes me hizo reír, que luego me haría llorar, que ahora me hace escribirte. No te culpo, pero te culpé, aunque la culpa no fue tuya ni mía, sabes bien que también me culpé. Llevo ya muchos meses en esta agonía y sólo hoy me he decidido a escribirte como hacía años que no te escribía, dudando de si alguna vez te llegarán estas palabras. Sólo por puro egoísmo, te escribo y te digo que sin ti ya nada es lo mismo. Que me faltan luces y palabras, que me faltan recuerdos compartidos de todo lo que un día vivimos.
Aún recuerdo cuando te conocí, y eso que ahora las canas ya se adueñan de mí, me sorprendiste paseando en un tiempo sin asfalto y semanas después de miradas encontradas bailamos, recuerdo que deseaste que se detuviera el tiempo, y yo te dije que cambiaras tu deseo por pasar el tiempo que te quedara conmigo. Quizá tenía que haber especificado más, sin embargo fue en aquel preciso instante, que nos miramos y supe, como en las historias de amor, que moriríamos juntos.
Y aquí estoy, junto al ordenador que te enseñé a usar, cargado de fotos y recuerdos nuestros incluso de recuerdos de nuestros nietos, y junto a tu cuerpo que ya no parece guardar memoria alguna. Simplemente quiero que quede por escrito que lo intenté, intenté vivir sin ti, pero quizá ya soy demasiado mayor en este tiempo tan joven para disfrutar de la vida sin ti.
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