Me gustaría que se me diera bien decir adiós.
Que se
me dieran bien las despedidas.
Que me
fuera fácil pensar en las terminales,
en las
estaciones abarrotadas.
Abrazos.
Besos y
caricias que se quedan en el aire.
Parece
tan fácil…
Pero
contigo me pasa que me cuesta decirte adiós.
O hasta
luego.
Te digo
adiós con los labios pero deseando que vuelvas en ese mismo momento a mi boca.
Que me
calles.
Que me
comas el adiós con un beso muy largo.
Ojalá
supiera decirte adiós cuando duele.
Me duele
tu ausencia y a veces me duele tu presencia porque sé que te vas.
Que
cualquier domingo.
De
nuevo.
Te
irás.
Y yo
solo pienso en que, por favor, no te vayas con otra. En ninguno de los
sentidos. Porque tus orgasmos ya son solo míos, y míos son también tus abrazos.
Los abrazos que compartimos, para el viaje. Para el viaje de vuelta a casa. De
vuelta a mis piernas. Y que no te vayas nunca de mi cabeza.
Ya
tengo ganas de que te vayas de nuevo para poder despedirte bien. Con un beso y
un hasta luego.
Aunque por
dentro todo siga igual.
El caos
sin principio ni final.
A ti te
parecerá que he aprendido a despedirme, que he aprendido a soportar las
despedidas.
A ti,
que lo tienes todo tan claro.
Tú vete
tranquilo, ya guardo yo las dudas en mi cabeza, por ti y por mí.
Y por si acaso.