martes, 25 de mayo de 2010

Aquel día de aquella noche venció la Luna al Sol...


Cada noche escondía sus lágrimas con los verbos más confusos debajo del colchón, y se repetía una y otra vez que ella no era una princesa y que no notaría aquel guisante...
Se lo prometía cada noche, una y otra vez. Que no notaría el dolor...

Poco a poco, con el paso de los días el sol iba perdiendo el calor y los vientos su empuje; cada día que pasaba, las brisas se volvían más ausentes y los grados de alcohol inundaban sus venas...
Un día tras otro se aseguraba a sí misma que no era sus manos las que le permitían vivir, que no era aquella piel la que le hacía sentir, que no eran sus besos los que ansiaba, que no eran suyos aquellos agonizantes suspiros...

Cada ocaso rezaba sin saber ni ella misma a qué o a quién. Rezaba porque no hubiera más atardecer... Y después la luna le saludaba con una sonrisa indecisa.

Punto a punto repasaba cada detalle de aquella historia que habían escrito. Y cambiaba las comas de un lugar a otro sin orden, sólo por el anhelo del efecto mariposa...
-Quizá...
-Quién sabes si...
Y las volvía a cambiar otra vez.

Un día, el sol se escondió tras las nubes y la luna se dejó ver, pero ya no estaba aquella sonrisa... Aquel día se dio cuenta de que la noche no vendría al ver que aquel corazón, que apenas antes se mantenía vivo, había perdido antes del ocaso, todo latir.

Se despojó de sus pulso y con sus despojos se fue olvidando de cómo vivir...

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Escribo todo lo que hay aquí cuando la niebla se apodera de mi mente y se desata la poca cordura que me queda. Cuando me grita el silencio, rompiéndome los tímpanos, que murió el viento en algún lejano acantilado preso del dolor de la lluvia en sus párpados.

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