sábado, 22 de enero de 2011

No tienes porqué sentirte mal.

El mundo se está despedazando, la tierra pronto será agua y tú, pobre de ti, nunca aprenderás a nadar. En la última resistencia de tu agonía olvidarás por completo las frases que apuntaste en aquel viejo cuaderno, y que tanto te hacían soñar. Llegará un día en que empezarán a caer rayos al agua y entonces tu cuerpo ahogado se quemará por fuera. Pero no te preocupes, llegará al fondo del mar y seguirá su curso el resto del mundo.
Quizá haya un terremoto en tu ciudad y tu cuerpo acabe sepultado bajo las paredes que un día olían tan bien a pintura fresca. En ese instante de la catástrofe tu respiración se volverá difícil, y en el último estertor sólo podrás oír los latidos apagándose de tu corazón.

Pero no tienes porqué sentirte mal.
Hoy el sol brilla y las bombillas no te queman la piel.

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Escribo todo lo que hay aquí cuando la niebla se apodera de mi mente y se desata la poca cordura que me queda. Cuando me grita el silencio, rompiéndome los tímpanos, que murió el viento en algún lejano acantilado preso del dolor de la lluvia en sus párpados.

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