En las noches más oscuras, sus ojos alumbran como faros y evitan más naufragios que éstos, total, para nada, morirán de lujuria o de celos cualquier otro día.
-Yo preferiría morir de amor entre estas rocas. - Suspira y se desliza por las rocas de la pared, hasta el suelo.
Y poco a poco, sin saberlo, ella también va muriendo.
En sus días de sonambulismo, deambula por el pueblo sin un rumbo fijo mientras otros se ríen de ella y la tratan de loca, solo los niños comparten su callejeo errante. Ellos tampoco saben vivir con tanto frío en el corazón.
Un día en el que el Sol la cegó más que nunca, se encontró con los pies enarenados y notó algo desconocido en el corazón, como un mechero que intentase encenderse sin tener butano en su interior. Cuando, al llegar la noche, pudo ver de qué se trataba (pues sus ojos durante el día son tan ciegos como los de un topo). Esa visión la cautivó y fue como si le llegara butano al corazón, tanto, que sentía arder su cuerpo por dentro y sentía aún el doble de calor fuera. Se rasgó las ropas y corrió hacia el cuerpo que yacía sobre la arena. Esa noche sentía el placer del roce de cada grano de arena en sus pies y la belleza de cada estrella. La fría brisa de invierno le helaba la nuca y eso le hacía sentirse más viva. Corría y corría, creía correr tan deprisa que se sentía como en un sueño, sentía que nunca alcanzaría su meta.
