Otro día más, muere un poco y se levanta para ayunar.
Rutina. Cotidianidad. Diario. Desengaño.
Un día menos para la cuenta atrás.
Con los primeros rayos de Sol se empecina en levantarse para ver cada segundo que pasa ir a morir detrás del sofá y, como si su curso de primeros auxilios sirviera para rescatar el tiempo perdido, por la tarde intenta reconquistar los muertos de detrás del sofá. Sin aliento acaba por la noche, como si de una agónica se tratase, se esconde detrás del sofá con todos los cadáveres que ya han perdido su color.
Cuando inspira por fin la vida, se levanta para bailar entre los segundos muertos de la tarde (los cuáles escogen para morir el balcón). Y, con la atenta mirada de la Luna, se desangra su amor, se le cae al suelo (hecho pedazos) el corazón. Pero su baile no le deja darse cuenta y se deja asediar por el desamor.
-¿Bailas doncella?
Sin que su boca pronuncie palabra alguna, el desamor la coge de la cintura y apunta con su boca al pecho.
Ella se deja acorralar.
Él se acerca más a ella.
Ella deja de pensar.
Y él muerde con descaro el lugar que algún día ocupó un fogoso corazón.
Así nunca más el corazón podrá volver a ese lugar.
Y ella podrá morir en vida de una vez, no tendrá que preocuparse nunca más por si no late el corazón.
En ese balcón sueña cada noche con poder anhelar ese anhelo que antes sentía, mientras la espía una farola álgida.