Dale al mundo tus reflejos y deja de pensar en el qué dirán.
Regálate.
Enciende unos cuantos versos con un mechero y algún recuerdo bajo la luz de la Luna, que ya vendrá a apagarlos cualquier pareja que se enfríe en las lagunas muertas de la frivolidad.
Olvida el orden, los horarios, el dinero, las banderas, las pistolas, los telediarios, la trivialidad y mójate cuando llueve.
Aparta el paraguas para poder ver el cielo.
Comparte las sonrisas, los abrazos, las miradas, las caricias, los halagos y la complicidad.
Llora.
Sin temer que otros lloren.
Canta.
Sin miedo a desafinar.
Busca.
Los segundos que saltan por la ventana antes de que la primera gota de lluvia moje tu cara.
Quema.
Tu propio vestido sin quitártelo y salta por la ventana siendo esa estrella fugaz que cuando eras pequeña soñaste.
Y ríe a carcajadas en tu propio funeral.
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