jueves, 17 de febrero de 2011

Entiende que el principio es sólo una parte del final...

Y vuélvete del revés, elige un vestido por el que el viento se cuele a su antojo y suéltate el pelo. Deja que el viento desordene tus pestañas y que las lágrimas violen la ley de la gravedad.
Dale al mundo tus reflejos y deja de pensar en el qué dirán.
Regálate.
Enciende unos cuantos versos con un mechero y algún recuerdo bajo la luz de la Luna, que ya vendrá a apagarlos cualquier pareja que se enfríe en las lagunas muertas de la frivolidad.
Olvida el orden, los horarios, el dinero, las banderas, las pistolas, los telediarios, la trivialidad y mójate cuando llueve.
Aparta el paraguas para poder ver el cielo.
Comparte las sonrisas, los abrazos, las miradas, las caricias, los halagos y la complicidad.
Llora.
Sin temer que otros lloren.
Canta.
Sin miedo a desafinar.
Busca.
Los segundos que saltan por la ventana antes de que la primera gota de lluvia moje tu cara.
Quema.
Tu propio vestido sin quitártelo y salta por la ventana siendo esa estrella fugaz que cuando eras pequeña soñaste.
Y ríe a carcajadas en tu propio funeral.

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Escribo todo lo que hay aquí cuando la niebla se apodera de mi mente y se desata la poca cordura que me queda. Cuando me grita el silencio, rompiéndome los tímpanos, que murió el viento en algún lejano acantilado preso del dolor de la lluvia en sus párpados.

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