lunes, 2 de noviembre de 2015

Ella y Ella.

La veo dormir, tranquila. Con su cabello infinito esparcido por la almohada y no quiero despertarla. Quiero arrullarme en su respiración. Quiero quedarme en este segundo para siempre.
No quiero irme.
No puedo dejarla vivir el día sola sin mí.
No puedo dejarla y quedarme sola todo el día. Tantas horas y segundos sin su respiración calmada cerca, me arriesgaría a que me absorbiera la banalidad de los días de diario. El temor a no volver a encontrarla. Y quedarme sola.
Sola sin ella.
Para ser yo, tenemos que ser las dos.
Mi cuerpo y su cuerpo, como dos cuerpos gemelos, dos personas que parecen hechas de la misma piel.
Me voy a quedar aquí todo el día. Cerca de ella. Muy cerca. Me voy a quedar cerca de su oreja, susurrándole muy despacio "no te vuelvas a ir". Me voy a quedar cerca de su cuello, viendo cómo se eriza su vello con la suave brisa que dejo escapar entre mis labios en los susurros en los que me desnudo. Bajo el volumen de mis palabras por miedo a que se despierte. Temo no ser capaz de gritárselo.
NO TE VUELVAS A IR.

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Escribo todo lo que hay aquí cuando la niebla se apodera de mi mente y se desata la poca cordura que me queda. Cuando me grita el silencio, rompiéndome los tímpanos, que murió el viento en algún lejano acantilado preso del dolor de la lluvia en sus párpados.

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