sábado, 6 de noviembre de 2010

Es tan sencillo como dejar que te trepanen el cráneo...

Saltar por la ventana con intenciones de dejar de volar de una vez por todas, de dejar de perderte entre las nubes que, admítelo, son sólo vapor...

O colgarte con la colada para dejar que el viento agite tus pensamientos.

Es tan fácil como tropezar al lado de un barranco...

O intentar respirar bajo el agua azul del Cantábrico, que no es frío ni templado y sólo congela los pulmones de quien se deja ahogar y no de quién quiere morir.

Olvida el miedo, como el funambulista, balancéate sobre el fino hilo de tus decisiones, y salta, sin red, es fácil.

Tan simple como correr hacia un incendio, con el propósito de convertirte en cenizas como el ave fénix...


Sólo tienes que dejar de pensar...
Dejar la mente en blanco...
Olvidar al Sol y su calor, a la Luna con sus mareas y su melancolía difusa, olvidar las sábanas deshechas y los rayos de luz de su persiana, olvidar los abrazos cálidos, el pecho de una madre, olvidar que reconforta; sólo tienes que romper todos tus recuerdos, tirarlos desde lo más alto y no ser consciente de que se rompen, pensar que nunca existieron, ignorar que alguna vez fueron...

Es tan simple como extraviar el propio recuerdo de los recuerdos...

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Escribo todo lo que hay aquí cuando la niebla se apodera de mi mente y se desata la poca cordura que me queda. Cuando me grita el silencio, rompiéndome los tímpanos, que murió el viento en algún lejano acantilado preso del dolor de la lluvia en sus párpados.

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