viernes, 6 de agosto de 2010

En la zozobra de sus pupilas...

El viento se empeña en agitarle las pestañas...
-¡Que no se quiere mover!-

Lee por placer, igual que escribe y se desespera fácilmente...
Y hoy no se quiere mover.

-¡Que la dejen en paz!-

Y no se puede dormir.
Sólo la Luna escucha ya sus palabras, que a veces sólo conmueven su propio corazón...
Pero sigue escribiendo, a veces desesperada, otras llorando.
A veces lo hace sin tristeza y no suele repasar las faltas de ortografía...

Y ahora es la lluvia la que quiere hacer que se vaya a casa...

Pero ella sigue allí sentada, con la cabeza muy cerca de las rodillas, con las pestañas agitadas y el pelo apelmazado. Sigue sobre esa roca, que es la que ella siente encima de su cuerpo, sigue allí escribiendo con su pluma dorada, agarrándola muy fuerte por miedo a que se vaya a escapar, a que se vaya volando en busca de cualquier lugar; o por miedo también a que se deshaga en cenizas (como ya ha hecho otras veces) y que desaparezca en busca de un nuevo resurgir que le pueda hacer temblar.
La tristeza está ya demasiado aferrada a sus ojos, y la zozobra de sus pupilas se ha vuelto constante en la relatividad del tiempo infinito.
No tiene ni idea de reglas, omite los días que le hicieron daño en su diario, para ver si, con suerte, se olvida de ellos. No quiere comprender las rotaciones de la tierra ni de dónde vienen las estrellas. Se limita a admirarlas. Se limita a dormirse al sentirse acunada por el movimiento de la tierra mientras ve caerse estrellas en dirección a algún lugar lejano...
Algún lugar lejano a dónde quisiera irse a vivir.
Trasladarse de las nubes al Sol, para ver si allí dejan de lloverle los ojos, que están cansadas las pupilas de dejar de ver tan a menudo...

-Se mueve-

Se levanta lentamente, como si dependiera de ella el equilibrio de la rotación, y echa su pluma a volar. Y la pluma se aleja volando en dirección al Sol (allí es dónde se quema) ya volverá hecha cenizas esta noche y le dará fuerzas la Luna para volver a contar historias que nadie más conoce.

Vuelve a casa, volverá a entrar por la ventana, para no dejar de lado a la rutina...
Entra por la ventana...

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Escribo todo lo que hay aquí cuando la niebla se apodera de mi mente y se desata la poca cordura que me queda. Cuando me grita el silencio, rompiéndome los tímpanos, que murió el viento en algún lejano acantilado preso del dolor de la lluvia en sus párpados.

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