sábado, 7 de enero de 2012

Lejos de Madrid

Me encanta la gente única, pero no única como somos todos, sino esa gente que sólo se deja llevar por sus principios más ocultos, será que hoy estoy bajo los efectos de un relajante muy fuerte o será el sonido de la música antigua la que me lleva a no dejar de exponer una letra tras otras como si de verdad formaran palabras que quisieran ser frases.

El caso es que la gente única, aquella con objetivos simples y mundanos como ver atardeceres o leer libros después de media noche me inspiran.
O quizá sea que me encanta imaginar lo que se esconde detrás de cada ventana que oculta una luz tenue, me hace pensar en que detrás de esa ventana con cortinas cobrizas se esconde una pareja que es capaz de mantener su completa soledad, escondido uno tras el último libro de neurociencia divulgativa  y el otro completamente alejado inmerso en el mundo de Macondo, con la única compañía de algún disco que compraron juntos. El uno lee bajo una luz blanquecina de bajo consumo y el otro bajo una luz más tenue que le recuerda a aquella con la que él imagina que escribían los escritores hace años.

La cuestión extraña que me convence de que debería vivir de noche es, que mientras todos descansan para el duro día, yo combato con la Luna las embestidas de los fantasmas melómanos que se empeñan en cantarme al oído aquellos cuentos de los trovadores más antiguos. Combatimos a capa y espada. Piel con piel. Intentando cada noche intentar llegar a una nube más alta mediante mi escalera de cajones. Pero de vez en cuando me entretienen los trovadores fantasmagóricos y me envuelvo en sus canciones pensando que ya habrá tiempo de llegar a la Luna, y me quedo a oír sus cantos. El problema que me acoge entre sus brazos entonces, es que no siempre traducen sus cantos a mi lengua y esos "entonces" me quedo mirándoles e imaginando las historias que me quieren enseñar. Esta noche me pasa eso y me viene a la cabeza una historia nueva.
Hay una "ella" que busca la libertad fuera de ella, busca escapar de otros, realmente (dice el trovador en la lengua actual inglesa, que poco o nada tiene que ver con él) -quizá sea parte de mis delirios-  she is the one. Y lo que ella busca son otras palabras que la convenzan de la infinidad de los versos, que últimamente se ven apartados de lo que ella cree, son mentes jóvenes. En su escapada en busca de la libertad encuentra un huerto cercado por alambres, pequeña jaula de judías, piensa sin saber realmente lo que piensa. Va cayendo el Sol, sube una pequeña montaña y ve como el Sol se aleja con un movimiento estático y sin decir adiós. Poco a poco la Luna va robando el color a las cosas y empieza a ver en tonos grises.
Ella piensa en los colores que ahora no puede apreciar, piensa en los mundo que ya comenzaba a imaginar cuando apenas había aprendido a multiplicar. Piensa mientras camina, a la vez que cae la noche. El viento le agita el pelo y se siente una Pocahontas en Europa. Le viene a la cabeza, junto con el viento la libertad que buscaba. Y la brisa de invierno le recuerda que es hora de volver a casa.
El trovador me mira sin que yo pueda llegar a verle del todo y dice algo en aquel idioma que hoy traducen mis delirios al inglés -between us-



Esta noche tampoco llegaré a la Luna.

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Escribo todo lo que hay aquí cuando la niebla se apodera de mi mente y se desata la poca cordura que me queda. Cuando me grita el silencio, rompiéndome los tímpanos, que murió el viento en algún lejano acantilado preso del dolor de la lluvia en sus párpados.

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