lunes, 16 de diciembre de 2019

Desconozco




Hay días en los que me miro y no me reconozco, es como si el espejo lanzara la imagen de una persona diferente.
No es que me vea más mayor o más fea (que me lasa otros días), es que la persona que veo en el espejo no es como la suelo imaginar en mi mente. Es como si a la mujer del espejo le faltara la magia que yo le pongo en mi pensamiento, como si le faltaran las ganas.
En esos momentos cierro los ojos con fuerza, pienso en la imagen de mí misma que guardo en un rincón de mi cerebro, sonrío y entro en el espejo. Le doy la vuelta a todos los reflejos y me río con ellos. Atram me enseña a bailar, de adelante hacia atrás.
Y al final lo entiendo. Que lo que importa, más que el reflejo de un espejo cualquiera es lo que proyecto en esos reflejos, la indecisión o el dolor. La apatía o la ilusión.
Al final, al salir del espejo, está bien hacer las cosas al revés del tiempo.

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Escribo todo lo que hay aquí cuando la niebla se apodera de mi mente y se desata la poca cordura que me queda. Cuando me grita el silencio, rompiéndome los tímpanos, que murió el viento en algún lejano acantilado preso del dolor de la lluvia en sus párpados.

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