martes, 25 de noviembre de 2014

.25 de Noviembre. 016

Quise salir de aquí y me perdí en un mar de luces que no iban a ninguna parte, como yo.
Me perdí en la última luz del amanecer.
Y allí, perdida, entre tanta oscuridad a pleno Sol de mediodía, encontré lo que no sabía que buscaba.

La encontré.
Era dulce y rebelde, como la brisa marina en invierno.
Era fuerte, como un vendaval de otoño con los colores repartidos por la ciudad.
Me llevó a la oscuridad más profunda y me ayudó a derribar montañas y muros a vencer miedos y desatar nudos, a romper con lo que había sido, a romper con los monstruos que sólo me traían colores oscuros y flores raídas.
Me liberó de los golpes, de los gritos, de las espaldas moradas y los ojos maquillados.
Me libró de volver atrás.
Me encontré fuerte y rápida como animal salvaje.
Escapé de su ciudad
y su casa
y su vida
y su olor
y su dolor
y su mía.
Me enfrenté a los días a solas con los brazos magullados y a las sombras vacías también.
Dejé de ser su niña, su diosa, su esposa, su flor marchita, su todo, su nada, su mierda, su luz, su torpe niña tonta, su sobriedad, su parachoques, su defensa, su fallo y su esclava.
Dejé de ser su todo para ser mi misma.

Cuando la encontré, después de días huyendo de él y de mí misma, me sorprendió la sonrisa en el espejo.
Amarras rotas, ventanas abiertas, luz en la mirada.

Cosí las cicatrices, me vendé las heridas que aún sangraban.
Salí a bailar, a correr, a gritar, a saltar.
Me fui de lo que era.

Cuando te encontré, no me dí cuanta que era yo misma con la fuerza guardada en las bolsas de los ojos, en los morados que no terminaban de curar, no me di cuenta de que era yo misma con un futuro, no me di cuenta que el mar era un espejo y sólo tenía que romperlo y encontrarme de nuevo.

Encontrar mi libertad,
mi fuerza,
mis ganas de gritar,
mi valentía,
mi dulzura,
mi caminar,
mis labios rosados,
mis manos suaves,
mi piel sin tonos morados ni amarillos,
mi sonrisa.
mi vida.
Me encontré.

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Escribo todo lo que hay aquí cuando la niebla se apodera de mi mente y se desata la poca cordura que me queda. Cuando me grita el silencio, rompiéndome los tímpanos, que murió el viento en algún lejano acantilado preso del dolor de la lluvia en sus párpados.

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